Resaca

septiembre 23, 2011

Mi suelas se negaban a despegarse del verdor de mis inmundicias sobre la duela, ésa fue la señal: el día iniciaba. Un estupor me llenó junto con los dolores habituales, la agudeza también era la común, todo era igual… yo no.  Supe esta tarde que faltar al trabajo traía consecuencias, supe en tu cama que te hartan mis olores, supe en mis hombros que ya no soy el de antes. Quise decir, «nunca más» como todos, pero no, seguiré fiel a mi costumbre, aún sabiendo que la resaca será mi temor de cada noche.

Giramundos

febrero 17, 2011

María viene, se va, se contrae, desaparece. Un día dejará el mundo y su débil huella, apenas rozante, pasará desapercibida ante la realidad insensible del vaivén de los quereres y de los hombres. Yo lo notaré desde mi inexistencia, yo sabré desde un sentir inanimado que ella pasó por acá y que nos tocamos en el pensamiento de unos y otros que signaron nuestro devenir. Yo dejaré el mundo, ella no llorará mi ausencia pues me iré mucho tiempo después, ella será a veces un recuerdo que animará una arruga bajo un pómulo prominente, será un sentir menudo, y ese sentir es más de lo que a ella y a mí el mundo nos podrá dar.

Carmen masculla recuerdos de un sexo contenido innecesariamente, a Carmen no le importan sino su patria y la revolución que nunca llega, que ella nunca construirá, Carmen escucha música combativa y desinhibida, Carmen sueña con irse al monte y cambiarle el mundo a la gente menuda, Carmen recibe su mesada y compra víveres con cuidado, ronda tres mercados para ello, Carmen envejece contoneando una cintura que cae de a poco, con los años, Carmen cuenta historias de una vida de pasiones que ella nunca sintió, que ella sólo animó, Carmen agoniza y luego nada más se sabe de ella. Carmen sólo es un sueño que María tuvo un instante antes de desaparecer.

Nicola despierta sorprendida. No se sabe, no es. Duda si es un sueño que alguien sueña, asume que es un texto que un ser inexistente compuso, espera que sea sólo el sopor de la mañana y del aliento con resaca. Recuerda haberse sentido un ser ficticio que soñaba la vida de otro de la misma categoría. Ahora no sabe nada, se levanta. Frente al espejo duda si observa su reflejo o si tú construyes esa imagen justo ahora, mientras lees. No lo sabe, ¿tú lo sabes? Mejor decide lavarse el rostro y el hormigueo en su sien le anuncia que apenas despierta, el dolor en su espalda le hace saber que durmió mal, las venas enrojecidas en sus ojos la convencen de que debería regresar a la cama antes de que la sangre corra en su cuerpo a la velocidad debida. Regresa, se refugia, el calor que aún guardan sus sábanas la reconforta. Nicola dormirá de nuevo, por fin, y cuando ella despierte, tú desaparecerás junto con todos sus demás sueños

Premura

febrero 6, 2011

Se atrevió a conducir en contra sobre Eje Central, en el carril del trolebús, por donde nadie debía avanzar. No tardaron dos patrullas en detener su vehículo. Bajó, corrió rumbo a la estación San Juan de Letrán, tuvo la suerte de que uno de los trenes avanzara justo cuando cruzó la puerta del vagón, tras saltar ágilmente sobre el torniquete sin que ningún oficial alcanzara a detenerlo. Salió corriendo en la estación siguiente, cruzó cinco cuadras. En una esquina amenazó, sin siquiera mostrar un arma, a un conductor, quien con temor le cedió su vehículo. Subió, condujo y pasó dos semáforos dando vuelta a la izquierda cada vez, en un embotellamiento bajó del vehículo robado y sin siquiera cerrar la puerta continuó a pie sobre la avenida, esquivando los automóviles con tripulantes desprevenidos que lo veían pasar sin sorpresa y con reservas. Cruzó al carril contrario esquivando los acotamientos con increíble destreza. En algún punto había cruzado Reforma por el Monumento a Cuauhtémoc y ahora corría por Insurgentes como yendo rumbo al Ángel, pero dobló nuevamente a la izquierda fluyendo como los ríos que daban su nombre a las calles que cruzaba con avidez. Se perdió en algún edificio comercial de la zona y no se le volvió a ver, pero sonreía sin que le vieran a cada atisbo hacia atrás, a cada mirada esquiva en la que descubría que su memoria no podía alcanzarle, siempre y cuando, nunca detuviera su andar.

Abatelenguas

octubre 10, 2010

Para María del Carmen Nicola

Madera intonsa que me da la rúbrica animal, los coágulos de la saliva sacian mi sed inaudita, mi locura intocable, mi serenidad perdida; la interacción tensa y rítmica de los encuentros reiterados y casuales, que son «lo menos casual en nuestras vidas», te animó de pronto a un encuentro breve tras mi cuello, tras el sopor, ése que termina siempre más pronto de lo que queremos, ése que parece siempre el último y que no deja de ser sino uno más de las anécdotas de la vejez en las que Horacio y Lucía serán la referencia necesaria, en las que las risas tensas seguirán ocultando las culpas que nos negamos, y qué mejor, ¿para qué cargar las culpas que no nos debemos a nosotros?, ¿para qué cargar las culpas que no nos debemos entre nosotros?, ¿para qué? Han de ser mías estas culpas, como han sido las otras, pero no te escapes, que los encuentros de la interacción de nuestra piel convertida en madera tensa, son ciertos y mutuos. La madera tersa y firme que intercambiamos son el abatelenguas compartido de cada caricia intena, que nada tiene que ver con el vulgar sexo, que nada tiene que ver con preservar o construir nada, que nada tiene que ver con el amor, ¿qué se puede hacer con él? si «nos sale tan bien».

Rasgaduras de piel de la astilla índice y anular que acompaña los abatenguas humedecidos por las travesuras de tu noche, dejan huellas perennes que no son fijas ni deslucidas, sino intensos recuerdos acumulados por la lejanía y la ausencia, la que se me aparece en el sopor, ése del que te hablaba en mi burda serenidad fingida, ése que repito, reitero, recupero, busco y reencuentro cada vez que nos volvemos abateneguas absoluto de nuestras soledades compartidas, una que busca llenar a la otra y que sigue, sin embargo, construyendo nuevas soledades, las de las culpas, y otra, que neciamente se alimenta de sí misma sin necesidad. Mejor continuemos con el desembarco de humedades en nuestras perlas, porque ese desembarco será la huella rítmica de nuestro pasado que no deja de hacerse.

Rubia

octubre 2, 2010

Caminé por Bolívar, el Gallo de Oro me saludó, los rostros nuevos y los de siempre no lo hicieron. La rubia de barril es la verdadera amiga, la que siempre me saca la verdad de los sueños, los de las noches perdidas que añoro, los de los montes que anduve a gatas y boca arriba, los de las cuevas que me abrigaron con su calor humeante y húmedo. La otra vida, la de los ordenadores y las leyes que me alimentan, la de los machotes que los historiadores encuentran fascinantes, la de los transbordos con olores que ya no percibo, la de los treinta y seis escalones que arrastro día con día, de esa vida no me salva mi rubia amada, ella siempre parte de mí en la cascada ámbar, ella siempre calla y no me abriga con su calor, porque su calor es pestilente, ella está con muchos y conmigo al mismo tiempo, ella me causa los estertores que sufro de rodillas.

Dejaré a la rubia, probé a una morena a la misma temperatura, una morena ácida que me quemó, una que no me abandonó y que aún por la mañana seguía dándome su ser. La morena tiene más intensidad, me llena con los olores de la madera, me deja en los labios su amargo, suda más y yo me excito de tenerla porque es la nueva verdad que me da las certezas que la rubia no me daba. Voy por ella.

Olores y roces

septiembre 29, 2010

Para María del Carmen

Me encontré con los olores de tu cuello de nuevo, me embriagué en la sobriedad de tu lucidez perdida entre los jadeos apenas anunciados que acostumbras, ésos, los ligeros, los que nacen del sudor de la parte baja de tu espalda y que llevan a los estertores de muerte con los que me humedeces de pronto. Me encontré con tu mano recorriéndome, con tus labios de la pasión, con tus piernas apretándome. Te había tenido antes de nuevo, sin duda, tres veces, si no recuerdo mal, pero no había tenido la presión de tu saliva enervando a la mía con el deseo que hoy me otorgaste, no había tenido la tensión del verte desnudarme entre las sombras sin importar tiempo, ni ética, ni estatus, ni nada; esa certeza no me la habías dado.

En el sopor, tus olores me llenaron, comenzaron su incursión cuando besaba tu centro en el eterno saludo de ubicuidad, cuando rozabas mi cabello en tu necedad de siempre por despeinarme, por verme rebelde, como cada vez que profanábamos los sitios sacros, como en cada roce que nos dimos por debajo de las mesas, por detrás de las cortinas, por encima de las sábanas. Porque con el paso de mis dedos por tu piel, una avalancha de fragancias se levantaba, un aluvión de miasma pulcrísima nos cubría en un envenamiento tal, que hoy nos deja con ganas de que no terminen los encuentros de la oscuridad, los encuentros que comienzan siempre sin intención, sin planes previos.

Caminamos por la avenida de nuevo, nos sentamos en la banca de nuevo, nos reconfortamos de nuevo, nos insinuamos atrevidamente de nuevo. Y me rasgaste la piel con los dedos, tus dientes me lasceraron como antes, nuestras humedades se confundieron en un vaivén de ritmos entrecortados por los sonidos de la aspiración de nuestras gargantas humedecidas por las intimidades del otro. Y te estremeciste mientras me humedecías, y tu peso cayó sobre el mío, y pedías los cinco minutos más de calma, y nos insinuamos besos en las mejillas, en los oídos, en los cuellos, en los labios, en los pechos, en los vientres, en las hendiduras más sensibles. Te ofrezco el corte de cabello, te ofrezco la canción oculta, te ofrezco la memoria inaudita, te ofrezco el humo del canabis, te ofrezco las letanías que vienen en tropel cada vez que me tocas como me tocaste hoy.

Paraguas

octubre 5, 2009

En el metro se expresa el espíritu de la ciudad. Así lo supe el viernes, que tuve que viajar en una ruta diferente. Tenía que bajar en Insurgentes, pero en lugar de trasbordar en Balderas, como era lo correcto, una paranoia, que creí sólo mía, me hizo hacer el anormal recorrido: Hidalgo – Salto del Agua – Insurgentes. Anormal por todos lados, pero más viniendo de la Ruta 3. El caso es que quise evitar caminar por el anden de las pesadillas. Cuando llegamos a Insurgentes todo se precipitó en un extreme long shot de interiores, aderezado con un slow motion con intercortes a los rostros de pánico y sorpresa.

Mientras salía del vagón, y cuando otros ya subían las escaleras y caminaban por los cortos pasillos, un sonido metálico y seco provocó el instante que recuerdo con detalles completísimos. Al escuchar el sonido una sola imagen llegó a la mente de varios, de mí incluído. La imagen me llegó justo mientras pensaba en las revisiones exhaustivas de los policías que a lo largo de toda la Ruta 1 detienen a todo aquél que carga una mochila, una bolsa, un bulto. Como si un arma no pudiera entrar por otro lado. Pensaba en eso, pues, pensaba en eso y el sonido metálico me hizo voltear con una discreta mirada de pánico.

Como los míos, otros pares de ojos voltearon al origen del ruido y al causante, con miradas de odio, de desconfianza, de miedo, de atención cuidadosa, de todo junto; todas las miradas lo tenián todo [intercortes]. El hombre, el ruido, los rostros, todo [slow motion en todo momento]. Pude ver desde el primer instante que el origen del ruido fue un paraguas que cayó de las manos descuidadas de un hombre mayor, golpeando su parte metálica con la base de la salida del vagón. El hombre, apenado, recogió el paraguas con una lentitud vergonzosa, a sabiendas de los retortijones que había causado; las miradas compuestas lo decían todo. Pero lo tomó y siguió caminando en nuestra ruta, mientras los otros buscaban andar por donde él no lo hiciera. Salió con su verguenza [todo fue una sola toma en extreme long shot].

Ya en la Glorieta, la vergüenza se fue desvaneciendo vaporosa, salíamos hacia nuestros caminos y del momento sólo quedaron las miradas discretas de algunos, que volteaban de vez en vez, esperando que lo que habían presenciado hubiera sido sólo su paranoia. Pero no era así, se había manifestado en esa atípica expresión el espíritu de la ciudad, un espíritu temeroso de la violencia que se le sale de entre las entrañas en momentos de sangre y temor, en respiros de valentía que se huelen desde las madrugadas, por ello la olí perfectamente ese viernes a las 8:30 de a la mañana.

La falta de memoria

septiembre 30, 2009

Un caballero no tiene memoria, pero no soy un caballero, sólo me falta la memoria. Por eso no te recuerdo en la cama susurrándome caricias con los dedos de los pies, con tus labios ocupados. No recuerdo los roces del sopor, con las vidas que se iban, consumiéndose en los cestos. He olvidado tus cabellos acumulándose en el rincón de la pared tras la base de la cama. Sólo te recuerdo caminando en ese parque a nuestro encuentro, con las dudas, con tus legajos bajo el brazo, con los míos arrugándose en la alfombra virgen de tus sueños. Sólo te recuerdo partiendo a lo lejos, jugueteando con las llaves, desdibujándote en el humo del tabaco, lívida, elevándote, perdiéndote en la marialuisa de mis deseos.

Hoy te obserbé, a lo lejos, sonriendo, y preferí caminar para dejar de recordar tus bragas que guardo en el cajón, las olvidadas, que aún me huelen a la elevación, al sopor, a las ganas de recordarte. Lo he logrado. Por ello no recordaré nunca más el poema que sabías de memoria y que recitaste tras inspeccionar la libreta desvencijada. No recordaré que mencionaste al amor y tu sobresalto discreto tras mi gesto. No te recuerdo, no podré recordarte más, aunque lo intente.

De las convenciones y el tiempo

septiembre 28, 2009

Me llamó mi padre ayer, me felicitó por mi cumpleaños, quiso ahorrarse la pena de olvidarlo el día que efectivamente es. Los festejos éstos han tenido para mí una sola finalidad desde hace años: adquirir algún regalo interesante a cambio de nada; tal vez otra, embrutecerse con un pretexto o un perdón previo, para cometer idioteces, como llamarle a ella o buscar sexo gratis con alguna ilusa. El tiempo pasa y los años se notan, pero ésas son sólo convenciones que me niego a signar como mías. No soy un señor, ni lo seré. Seguiré yendo a trabajar y guardando mis tristezas para estos textos que nadie lee. Seguiré mentándole la madre al cabrón ése que se mete en el tráfico, esperando que un día el pendejo, que siempre cambia de coche y de rostro, se atreva a bajarse. Seguiré bebiendo en la cama frente al televisor, mientras me río de una comedia de situación. Seguiré haciendo tantas cosas, mientras para ustedes el tiempo sigue pasando y para mí se cae en la ducha, quedándose en los agujeros de la coladera.

Las navidades

diciembre 22, 2008

Justo en las fechas en las que millones festejan el nacimiento de su Dios, muchas veces sin pensar en el hecho de que festejan el nacimiento de su Dios, otros millones pasan la vida buscando que el espíritu de la navidad les salpique un poco de recusos para pasársela con menos frío. No soy ni de unos, ni de otros. Yo no festejo a los dioses en los que no creo y por eso trabajo en los días de festejos, eso fue una buena elección de mi carrera. Antier salí con los amigos a una posada, recordé las de la infancia y me la pasé bien. Mis amigos, sus hijos y las bromas de que seré el tío alcahuete e inestable me enseñaron que la madurez no me ha llegado por falta de información. ¿Qué se sentirá tener a tu hijo y abrazarlo? No es que lo desee, pero me regocija el hecho de ver la felicidad en el rostro de mis verdaderos seres amados, los cuates y sus esposas, las amigas y sus esposos, los novios con planes de boda, el tiempo que va pasando por ellos y por mí parece no ceder en eso que llaman madurar, establecerse, sentar cabeza. No es que sea un irresponsable, pero no busco ver la felicidad en el perro que me recibe con la cola enérgica: mi casa es mía, mi tiempo es mío, mi tristeza es mía y no afecta a nadie. Aún así veo la belleza de estas fechas, en donde los buenos sentimientos de vez en cuando se exacerban y unos niños hermosos, pero que no soporto mucho, me llaman tío y me invitan ponche. La belleza está dentro, en alguna parte escondida de eso que llaman alma, aunque a veces me salpica y me escupe en el rostro un poco de felicidad.

Viajar en metro

julio 21, 2008

En miles de pláticas, en decenas de canciones y en algunos cuentos se reitera el hecho de que en el metro todos van solitarios, aislados. Una rola decía que «el metro es la medida exacta de la soledad». Sin embargo para mí la cosa es bastante diferente. Cuando voy en metro, nunca falta el que cede su asiento, los que ayudan a la seño’ que trae cuatro hijos, dos cajas, cinco bolsas y algunos bultos más. He visto la solidaridad y la atención al otro, la muchacha que se cuida de que no le vean el escote o el trasero los cientos de pares de ojos lascivos, el güey que cuida que los ambulantes no ocupen una línea o un vagón que no le corresponde, de ésos que cambian de vagón en cada estación y tienen cara de matar a la menor provocación, los que no saben moverse en el metro y tienen tatuado en el rostro «no me asaltes por favor».

Me parece que los que van aislados son los menos, hasta los morros que llevan sus audífonos están atentos a la imagen que pueden tomar con su celular o al cuentito que escriben en sus libretas desvencijadas, son otros que, como yo, van viendo a la gente para imaginarse sus historias y les miran el rostro, con las caras de desesperación por las prisas, las esperanzas, las tristezas. Y somos tantos que por eso existen las pláticas, las canciones y los cuentos que mencioné primero, se contradicen porque ellos mismos son la muestra de que todos nos miramos mutuamente, de que todos nos notamos mutuamente, porque en el metro se viven miles de historias, todas diferentes, todas únicas y somos muchos los que las notamos, porque aún queda en el mundo el interés genuino por el otro, y el metro es el otro que nos mira desde el andén.

Pantalones rotos

julio 20, 2008

Hace unos años viví con una chica, todo indicaba que nos casaríamos y tendríamos hijos. Creo que no me comprometeré, eso la alejó, eso y mis extrañas costumbres. Una de ellas llevó a una discusión de ésas que crecen sin control a lo pendejo, ya sabes, cuando inicias discutiendo por la pasta de dientes y la forma correcta de sacarla del tubo y terminas recriminando el coqueteo con el vecino o algún olvido de años atrás. Así pasó con mis pantalones, unos que me compraron cuando estaba en la prepa y que nunca me quitaba, los usé por años y el desgaste formó en ellos unos elegantes jirones deshilachados a la altura de los tobillos y también el espacio en el que mis rodillas desnudas le sonreían al mundo, además de esas roturas preciosas que se hacen bajo los bolsillos traseros y que me obligaban a usarlos con bóxers largos de diseños discretos.

Pasó el tiempo y pasarón a los cajones, pero de cuando en cuando salían a lucirse los fines de semana, tan coquetos, como una reafirmación de que el trabajo burocrático al que sigo estando obligado a ir de lunes a viernes y de ocho a tres, no me constreñía en las aspiraciones burguesas de mis vecinos de escritorio. No salían a menudo, pero me acompañaban recordándome cuando la primer rotura ocurrió, al bajarme del autobús corriendo para llegar a clases, recordándome que decidí no usarlos cuando salí con esa chica que exploré en un vano intento por enamorarme, recordándome que me tiraba en los parques sin inhibiciones, con un libro que rara vez leía fuera de casa, pero que cargaba para decirle al mundo que me importaban ciertas cosas, recordándome que tocaba la guitarra y tenía mi banda, recordándome a mí mismo en lo que añoro.

Pues esa chica, con la que viví, era pulcra, y un día sin más decidió limpiar e inició la caza de lo inservible y se encontró con ellos, los reconoció porque alguna vez los llevé al cine con ella y sus amigos, quienes se burlaban del naquito, malrasurado y deshilachado. Recordó que intenté teñirlos para que recobraran su negro azabache de antaño, lo intenté ignorando de la sal, de la temperatura el agua y de todos esos secretos que no vienen anunciados en los sobrecitos del polvo del caballito. Sin dudar los tomó y guardó en una bolsa negra, misma que yo mismo entregué en un camión de la basura sin inspeccionar su contenido, ¿para qué? Cuando los busqué uno o dos meses después, me dijo tranquila lo que había hecho y después de dos horas de discusión, nunca entendió que mandó a la muerte mi reafirmación personal y una parte de mis recuerdos, y en ellos, un pedazo de vida, de una vida deshilachada a la altura de los tobillos.

Nací muerto

julio 20, 2008

Es curioso cómo la vida va formando sus corrientes. Cada variable modifica inimaginablemente las posibles consecuencias de la suma de ellas, eso me recuerda la metáfora en la que Butterfly effect está basada. Así ha sido mi vida. Nací hace tiempo en el seno de una familia que nunca lo fue, como tantas. La diferencia fue que a pesar de que mis no tan jóvenes, pero sí inexpertos, padres han decidido seguir juntos, sin amarse, ni amarnos a sus hijos. Mi madre nunca me lo ha dicho, pero me demuestra en cada acto que su posible vida exitosa fue truncada por mi nacimiento, que su genio y su destreza intelectual (que siempre presume, pero que nunca he visto) no pudo tener el lugar que le correspondía, ¡qué pedante! Mi padre nunca ha demostrado interés en lo que sentimos, ni en nuestros errores, parece perdonar todo cual padre «barco», pero creo que en realidad nunca le ha preocupado, ¡qué egoísta! Pese a todo, nos educaron bien, nos llevaron a la universidad y nos han permitido cometer nuestros errores, sin grandes alaracas desde hace unos años. Siempre podemos regresar irresponsablemente a casa si fracasamos en lo profesional o en lo personal, cosa que espero nunca más repetir. Diez años sin ellos me han permitido reflexionarlos, comenzar a vivir y darme cuenta de que el amor no está en la distancia, ni en la permisión, que el amor es entrega y esfuerzo. Nací en realidad hace poco, en el dos mil uno; mientras por ciertas torres un régimen construía una guerra sinsentido, yo aprendía a amar, a controlar mis vicios, a decidir. Nací entonces hace nueve años, pero hace treinta y tres creí haber nacido, en una sala maloliente, pero no, aquella vez nací muerto.